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Las verdades que sostenemos

(Edición para lectores jóvenes)

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Como la primera mujer de la raza negra y con raíces en Asia Meridional que se convierte en vicepresidenta de los Estados Unidos, así como la segunda mujer negra en la historia elegida al Senado de los Estados Unidos, Kamala Harris está abriendo nuevos caminos en su ruta hacia el escenario nacional. Pero, ¿de qué manera alcanzó sus metas? ¿Qué valores e influencias la guiaron e inspiraron sobre la marcha?
 
En esta edición de sus memorias para lectores jóvenes, conocemos cómo su familia y su comunidad influyeron en la vida de la vicepresidenta Harris y vemos qué la llevó a descubrir su propio sentido de identidad y propósito. Las verdades que sostenemos sigue la trayectoria que la vicepresidenta Harris ha elegido a lo largo de su vida al explorar los valores que más aprecia: los de comunidad, igualdad y justicia. A través de una lectura que inspira y empodera, este libro nos reta a convertirnos en líderes de nuestras vidas y nos muestra que, con determinación y perseverancia, todos los sueños se pueden hacer realidad.
Kamala D. Harris is the vice president of the United States of America. She began her career in the Alameda County District Attorney's Office, then was elected district attorney of San Francisco. As California's attorney general, Harris prosecuted transnational gangs, big banks, big oil, and for-profit colleges, and fought against attacks on the Affordable Care Act. She also fought to reduce elementary school truancy, pioneered the nation's first open data initiative to expose racial disparities in the criminal justice system, and implemented implicit bias training for police officers. The second Black woman ever elected to the U.S. Senate and the first female, first Black, and first Indian American vice president, Harris has worked to reform our criminal justice system, raise the minimum wage, make higher education tuition-free for the majority of Americans, and protect the legal rights of refugees and immigrants. View titles by Kamala Harris
PREFACIO

Casi todas las mañanas, mi esposo, Doug, se despierta antes que yo y lee las noticias en la cama. Si lo oigo hacer algún ruido: si suspira, se queja o resuella, ya sé qué clase de día nos espera.

El 8 de noviembre de 2016 empezó bien. Era el último día de mi campaña para convertirme en senadora de los Estados Unidos por California. Pasé el día reuniéndome con la mayor cantidad de electores que pude y, por supuesto, fui a votar con Doug a una escuela del vecindario que queda muy cerca de casa. Nos sentíamos muy bien. Habíamos alquilado un local inmenso para mi fiesta de la noche de las elecciones, con globos esperando caer en el preciso momento. Pero primero iría a cenar con la familia y los amigos íntimos, una tradición que comenzó con mi primera campaña aproximadamente una década y media antes. Mucha gente había venido de todas partes del país, incluso del extranjero, para acompañarnos: mis tías, primos, mi familia política y la de mi hermana, entre otros, todos reunidos para lo que esperábamos sería una nochemuy especial.

Estaba mirando fijamente por la ventanilla del auto,reflexionando en lo lejos que habíamos llegado, cuando oí unode los quejidos distintivos de Doug.

—Tienes que ver esto —me dijo, dándome su teléfono.Estaban llegando los primeros resultados de la elección presidencial.Estaba ocurriendo algo… algo malo. Para cuandollegamos al restaurante, la brecha entre los dos candidatos sehabía reducido muchísimo y yo también comencé a quejarmepara mis adentros. Empezaba a preocuparme que sería unanoche larga y oscura mientras esperábamos para saber quiénsería nuestro próximo presidente.

Nos instalamos en un pequeño salón del restaurante principalpara cenar. Las emociones estaban a flor de piel, pero nopor los motivos que habíamos anticipado. Por un lado, si bienlas votaciones no habían cerrado todavía en California, estábamosoptimistas de que yo ganaría. Sin embargo, aunque nospreparábamos para esa merecida celebración, todos los ojosestaban puestos en nuestras pantallas a medida que, estado trasestado, iban reportando números que anticipaban una inquietantehistoria para la carrera por la presidencia.

En un momento dado, mi ahijado de nueve años, Alexander, se me acercó con lágrimas en los ojos. Supuse queuno de los otros niños en nuestro grupo lo había estado molestandosobre algo.

—Ven acá, muchacho. ¿Qué te pasa?

Alexander mi miró directo a los ojos. Le temblaba la voz:

—tía Kamala, ese hombre no puede ganar. No va a ganar,¿verdad? —La preocupación de Alexander me rompió el corazón.Yo no quería que nadie hiciera sentir así a un niño. Ochoaños antes, muchos de nosotros lloramos de alegría cuandoBarack Obama fue elegido presidente. Y ahora, ver el temor deAlexander…

Su padre, Reggie, y yo lo llevamos afuera para intentarconsolarlo.

—Alexander, ¿sabes que, algunas veces, los superhéroes seenfrentan a un gran reto porque un villano viene por ellos?¿Qué hacen cuando eso ocurre?

—Contraatacan —contestó lloriqueando.

—Así es. Y contraatacan con emoción, porque todoslos mejores superhéroes tienen grandes emociones, igual quetú. Pero siempre contraatacan, ¿verdad? Así que eso es lo queharemos.

Poco después, nos enteramos de que yo había ganado micandidatura. Estábamos todavía en el restaurante.

Me invadió una gran gratitud tanto por las personas queestaban en aquel salón, como por las que había perdido por elcamino, particularmente a mi madre, quien había muerto sieteaños antes. Intenté saborear el momento y lo logré, aunquebrevemente. Pero, como todos los demás, volví otra vez la vistaa la televisión.

Después de cenar, nos dirigimos a la fiesta de la noche deelecciones, donde más de mil personas se habían reunido paracelebrar. Ya había dejado de ser una candidata. Ahora era unasenadora electa de los Estados Unidos. La primera mujer deraza negra de mi estado y la segunda en la historia de la naciónen ganar esa responsabilidad. Había sido elegida para representara más de 39 millones de personas, aproximadamenteuno de cada ocho estadounidenses de diversos entornos. Era yes un honor extraordinario y una lección de modestia.

Mi equipo aplaudió y vitoreó cuando me uní a ellos en elpequeño salón detrás del escenario. Todavía se sentía abrumador.Mi grupo formó un círculo a mi alrededor mientras yo lesagradecía por todo lo que habían hecho. Éramos una familiay habíamos pasado juntos por una experiencia increíble. Peroahora, casi dos años después del inicio de nuestra campaña,teníamos un nuevo desafío por delante.

Yo había escrito un mensaje basado en la premisa de que Hillary Clinton sería la primera mujer en convertirse en nuestrapresidenta. Pero eso no iba a ocurrir. Cuando miré fueradel salón, mucha gente estaba conmocionada a medida que seconocían los resultados de la elección presidencial.

Le dije al público que teníamos una tarea por delante, quehabía muchas cosas en juego. Teníamos que comprometernosa unir a nuestro pueblo para proteger los valores y los idealesestadounidenses. Pensé en Alexander y en todos los niñoscuando hice una pregunta:

—¿Nos rendimos o luchamos? Yo digo que luchemos y¡yo tengo la intención de luchar!

Me fui a casa esa noche con mi familia extendida, muchosde los cuales se estaban quedando con nosotros.

Nadie sabía realmente qué decir o qué hacer. Cada unotrataba de sobrellevarlo a su manera. Me puse unos pantalonespara correr y me senté con Doug en el sofá. Me comí yo solauna bolsa entera tamaño familiar de Doritos clásicos. Nocompartí ni uno solo.

Tenía algo muy claro: había terminado una campaña,pero otro reto estaba a punto de comenzar. Uno que reclamabala unión de todos. Esta vez, era una batalla por el almade nuestro país.

En los años que han pasado desde entonces, hemos visto una Casa Blanca que ha rebasado los temores que aterrorizarona Alexander la noche de las elecciones.

Pero nosotros no somos así. Los estadounidenses sabemosque somos mejores que eso y vamos a tener que probarlo. El4 de julio de 1992, uno de mis héroes y fuente de inspiración,Thurgood Marshall, quien fuera juez de la Corte Suprema,ofreció un discurso que tiene repercusiones todavía en el presente:“No podemos comportarnos como avestruces”, dijo. “Lademocracia no puede prosperar entre el miedo. La libertad nopuede florecer en medio de la ira. Estados Unidos tiene queponerse a trabajar... Tenemos que disentir de la indiferencia.Tenemos que disentir de la apatía. Tenemos que disentir delmiedo, del odio y de la desconfianza”.

Este libro surge de ese llamado a actuar y de mi convicciónde que nuestra lucha debe comenzar y terminar con la verdad.

No podemos resolver nuestros problemas más espinosos amenos que seamos honestos acerca de cuáles son, a menos queestemos dispuestos a tener conversaciones difíciles y aceptar loque los hechos ponen en evidencia.Tenemos que proclamar la verdad: que existen fuerzas delodio en este país, como el racismo, el sexismo, la homofobia,la transfobia y el antisemitismo, y que tenemos que confrontarlo.

Tenemos que proclamar la verdad: que, con la excepción de los nativos americanos, todos descendemos de personas queno nacieron en nuestras costas, ya sea que nuestros ancestrosvinieran voluntariamente a los Estados Unidos, con la esperanzade lograr un futuro próspero, o por la fuerza, en un barcode esclavos, o desesperados, para escapar de un doloroso pasado.

Tenemos que proclamar la verdad acerca de lo que haráfalta para que todos los trabajadores estadounidenses puedanganarse la vida con decencia y dignidad. Tenemos que proclamarla verdad sobre a quién enviamos a prisión en este país ypor qué. Tenemos que proclamar la verdad sobre las compañíasque se lucran aprovechándose de los más vulnerables. Y yoestoy decidida a hacerlo.

Quiero mencionar un par de cosas más antes de comenzar.

Primero, mi nombre se pronuncia “coma-la”, como elsigno de puntuación. Significa “flor de loto”, un importantesímbolo en la cultura de la India. Mi madre era india y elladeseaba darme un nombre que celebrara los antepasados desu familia. El loto crece bajo el agua y su flor asciende a lasuperficie, mientras sus raíces están firmemente plantadas enel fondo del río.

En segundo lugar, quiero que sepan que este libro es muypersonal. Esta es la historia de mi familia. Es la historia demi niñez. Es la historia de la vida que he construido desde entonces. Conocerán a mi familia y a mis amistades, a miscolegas y a mi equipo. Espero que los aprecien como yo lo hagoy que, a través de mis palabras, vean que nada de lo que helogrado hubiera podido hacerlo yo sola.

—Kamala, 2018

About

Como la primera mujer de la raza negra y con raíces en Asia Meridional que se convierte en vicepresidenta de los Estados Unidos, así como la segunda mujer negra en la historia elegida al Senado de los Estados Unidos, Kamala Harris está abriendo nuevos caminos en su ruta hacia el escenario nacional. Pero, ¿de qué manera alcanzó sus metas? ¿Qué valores e influencias la guiaron e inspiraron sobre la marcha?
 
En esta edición de sus memorias para lectores jóvenes, conocemos cómo su familia y su comunidad influyeron en la vida de la vicepresidenta Harris y vemos qué la llevó a descubrir su propio sentido de identidad y propósito. Las verdades que sostenemos sigue la trayectoria que la vicepresidenta Harris ha elegido a lo largo de su vida al explorar los valores que más aprecia: los de comunidad, igualdad y justicia. A través de una lectura que inspira y empodera, este libro nos reta a convertirnos en líderes de nuestras vidas y nos muestra que, con determinación y perseverancia, todos los sueños se pueden hacer realidad.

Author

Kamala D. Harris is the vice president of the United States of America. She began her career in the Alameda County District Attorney's Office, then was elected district attorney of San Francisco. As California's attorney general, Harris prosecuted transnational gangs, big banks, big oil, and for-profit colleges, and fought against attacks on the Affordable Care Act. She also fought to reduce elementary school truancy, pioneered the nation's first open data initiative to expose racial disparities in the criminal justice system, and implemented implicit bias training for police officers. The second Black woman ever elected to the U.S. Senate and the first female, first Black, and first Indian American vice president, Harris has worked to reform our criminal justice system, raise the minimum wage, make higher education tuition-free for the majority of Americans, and protect the legal rights of refugees and immigrants. View titles by Kamala Harris

Excerpt

PREFACIO

Casi todas las mañanas, mi esposo, Doug, se despierta antes que yo y lee las noticias en la cama. Si lo oigo hacer algún ruido: si suspira, se queja o resuella, ya sé qué clase de día nos espera.

El 8 de noviembre de 2016 empezó bien. Era el último día de mi campaña para convertirme en senadora de los Estados Unidos por California. Pasé el día reuniéndome con la mayor cantidad de electores que pude y, por supuesto, fui a votar con Doug a una escuela del vecindario que queda muy cerca de casa. Nos sentíamos muy bien. Habíamos alquilado un local inmenso para mi fiesta de la noche de las elecciones, con globos esperando caer en el preciso momento. Pero primero iría a cenar con la familia y los amigos íntimos, una tradición que comenzó con mi primera campaña aproximadamente una década y media antes. Mucha gente había venido de todas partes del país, incluso del extranjero, para acompañarnos: mis tías, primos, mi familia política y la de mi hermana, entre otros, todos reunidos para lo que esperábamos sería una nochemuy especial.

Estaba mirando fijamente por la ventanilla del auto,reflexionando en lo lejos que habíamos llegado, cuando oí unode los quejidos distintivos de Doug.

—Tienes que ver esto —me dijo, dándome su teléfono.Estaban llegando los primeros resultados de la elección presidencial.Estaba ocurriendo algo… algo malo. Para cuandollegamos al restaurante, la brecha entre los dos candidatos sehabía reducido muchísimo y yo también comencé a quejarmepara mis adentros. Empezaba a preocuparme que sería unanoche larga y oscura mientras esperábamos para saber quiénsería nuestro próximo presidente.

Nos instalamos en un pequeño salón del restaurante principalpara cenar. Las emociones estaban a flor de piel, pero nopor los motivos que habíamos anticipado. Por un lado, si bienlas votaciones no habían cerrado todavía en California, estábamosoptimistas de que yo ganaría. Sin embargo, aunque nospreparábamos para esa merecida celebración, todos los ojosestaban puestos en nuestras pantallas a medida que, estado trasestado, iban reportando números que anticipaban una inquietantehistoria para la carrera por la presidencia.

En un momento dado, mi ahijado de nueve años, Alexander, se me acercó con lágrimas en los ojos. Supuse queuno de los otros niños en nuestro grupo lo había estado molestandosobre algo.

—Ven acá, muchacho. ¿Qué te pasa?

Alexander mi miró directo a los ojos. Le temblaba la voz:

—tía Kamala, ese hombre no puede ganar. No va a ganar,¿verdad? —La preocupación de Alexander me rompió el corazón.Yo no quería que nadie hiciera sentir así a un niño. Ochoaños antes, muchos de nosotros lloramos de alegría cuandoBarack Obama fue elegido presidente. Y ahora, ver el temor deAlexander…

Su padre, Reggie, y yo lo llevamos afuera para intentarconsolarlo.

—Alexander, ¿sabes que, algunas veces, los superhéroes seenfrentan a un gran reto porque un villano viene por ellos?¿Qué hacen cuando eso ocurre?

—Contraatacan —contestó lloriqueando.

—Así es. Y contraatacan con emoción, porque todoslos mejores superhéroes tienen grandes emociones, igual quetú. Pero siempre contraatacan, ¿verdad? Así que eso es lo queharemos.

Poco después, nos enteramos de que yo había ganado micandidatura. Estábamos todavía en el restaurante.

Me invadió una gran gratitud tanto por las personas queestaban en aquel salón, como por las que había perdido por elcamino, particularmente a mi madre, quien había muerto sieteaños antes. Intenté saborear el momento y lo logré, aunquebrevemente. Pero, como todos los demás, volví otra vez la vistaa la televisión.

Después de cenar, nos dirigimos a la fiesta de la noche deelecciones, donde más de mil personas se habían reunido paracelebrar. Ya había dejado de ser una candidata. Ahora era unasenadora electa de los Estados Unidos. La primera mujer deraza negra de mi estado y la segunda en la historia de la naciónen ganar esa responsabilidad. Había sido elegida para representara más de 39 millones de personas, aproximadamenteuno de cada ocho estadounidenses de diversos entornos. Era yes un honor extraordinario y una lección de modestia.

Mi equipo aplaudió y vitoreó cuando me uní a ellos en elpequeño salón detrás del escenario. Todavía se sentía abrumador.Mi grupo formó un círculo a mi alrededor mientras yo lesagradecía por todo lo que habían hecho. Éramos una familiay habíamos pasado juntos por una experiencia increíble. Peroahora, casi dos años después del inicio de nuestra campaña,teníamos un nuevo desafío por delante.

Yo había escrito un mensaje basado en la premisa de que Hillary Clinton sería la primera mujer en convertirse en nuestrapresidenta. Pero eso no iba a ocurrir. Cuando miré fueradel salón, mucha gente estaba conmocionada a medida que seconocían los resultados de la elección presidencial.

Le dije al público que teníamos una tarea por delante, quehabía muchas cosas en juego. Teníamos que comprometernosa unir a nuestro pueblo para proteger los valores y los idealesestadounidenses. Pensé en Alexander y en todos los niñoscuando hice una pregunta:

—¿Nos rendimos o luchamos? Yo digo que luchemos y¡yo tengo la intención de luchar!

Me fui a casa esa noche con mi familia extendida, muchosde los cuales se estaban quedando con nosotros.

Nadie sabía realmente qué decir o qué hacer. Cada unotrataba de sobrellevarlo a su manera. Me puse unos pantalonespara correr y me senté con Doug en el sofá. Me comí yo solauna bolsa entera tamaño familiar de Doritos clásicos. Nocompartí ni uno solo.

Tenía algo muy claro: había terminado una campaña,pero otro reto estaba a punto de comenzar. Uno que reclamabala unión de todos. Esta vez, era una batalla por el almade nuestro país.

En los años que han pasado desde entonces, hemos visto una Casa Blanca que ha rebasado los temores que aterrorizarona Alexander la noche de las elecciones.

Pero nosotros no somos así. Los estadounidenses sabemosque somos mejores que eso y vamos a tener que probarlo. El4 de julio de 1992, uno de mis héroes y fuente de inspiración,Thurgood Marshall, quien fuera juez de la Corte Suprema,ofreció un discurso que tiene repercusiones todavía en el presente:“No podemos comportarnos como avestruces”, dijo. “Lademocracia no puede prosperar entre el miedo. La libertad nopuede florecer en medio de la ira. Estados Unidos tiene queponerse a trabajar... Tenemos que disentir de la indiferencia.Tenemos que disentir de la apatía. Tenemos que disentir delmiedo, del odio y de la desconfianza”.

Este libro surge de ese llamado a actuar y de mi convicciónde que nuestra lucha debe comenzar y terminar con la verdad.

No podemos resolver nuestros problemas más espinosos amenos que seamos honestos acerca de cuáles son, a menos queestemos dispuestos a tener conversaciones difíciles y aceptar loque los hechos ponen en evidencia.Tenemos que proclamar la verdad: que existen fuerzas delodio en este país, como el racismo, el sexismo, la homofobia,la transfobia y el antisemitismo, y que tenemos que confrontarlo.

Tenemos que proclamar la verdad: que, con la excepción de los nativos americanos, todos descendemos de personas queno nacieron en nuestras costas, ya sea que nuestros ancestrosvinieran voluntariamente a los Estados Unidos, con la esperanzade lograr un futuro próspero, o por la fuerza, en un barcode esclavos, o desesperados, para escapar de un doloroso pasado.

Tenemos que proclamar la verdad acerca de lo que haráfalta para que todos los trabajadores estadounidenses puedanganarse la vida con decencia y dignidad. Tenemos que proclamarla verdad sobre a quién enviamos a prisión en este país ypor qué. Tenemos que proclamar la verdad sobre las compañíasque se lucran aprovechándose de los más vulnerables. Y yoestoy decidida a hacerlo.

Quiero mencionar un par de cosas más antes de comenzar.

Primero, mi nombre se pronuncia “coma-la”, como elsigno de puntuación. Significa “flor de loto”, un importantesímbolo en la cultura de la India. Mi madre era india y elladeseaba darme un nombre que celebrara los antepasados desu familia. El loto crece bajo el agua y su flor asciende a lasuperficie, mientras sus raíces están firmemente plantadas enel fondo del río.

En segundo lugar, quiero que sepan que este libro es muypersonal. Esta es la historia de mi familia. Es la historia demi niñez. Es la historia de la vida que he construido desde entonces. Conocerán a mi familia y a mis amistades, a miscolegas y a mi equipo. Espero que los aprecien como yo lo hagoy que, a través de mis palabras, vean que nada de lo que helogrado hubiera podido hacerlo yo sola.

—Kamala, 2018

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