En el ltimo capitulo de mi novela La literatura nazi en America se
narraba tal vez demasiado esquematicamente (no pasaba de las
veinte paginas) la historia del teniente Ramirez Hoffman, de la
FACH. Esta historia me la conto mi compatriota Arturo B,
veterano de las guerras floridas y suicida en Africa, quien no
quedo satisfecho del resultado final. El ultimo capitulo de La
literatura nazi servia como contrapunto, acaso como anticlimax
del grotesco literario que lo precedia, y Arturo deseaba una
historia mas larga, no espejo ni explosion de otras historias sino
espejo y explosion en si misma. Asi pues, nos encerramos durante
un mes y medio en mi casa de Blanes y con el ultimo capitulo en
mano y al dictado de sus suenos y pesadillas compusimos la
novela que el lector tiene ahora ante si. Mi funcion se redujo a
preparar bebidas, consultar algunos libros, y discutir, con el y con
el fantasma cada dia mas vivo de Pierre Menard, la validez de
muchos parrafos repetidos.
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La primera vez que vi a Carlos Wieder fue en 1971 o tal vez en 1972, cuando Salvador
Allende era presidente de Chile.
Entonces se hacia llamar
Alberto Ruiz-Tagle y a veces iba al taller de poesia de Juan Stein,
en Concepcion, la Ilamada capital del Sur. No puedo decir que lo
conociera bien. Lo veia una vez a la semana, dos veces, cuando
iba al taller. No hablaba demasiado. Yo si. La mayoria de los que
ibamos hablabamos mucho: no solo de poesia, sino de politica, de
viajes (que por entonces ninguno imaginaba que iban a ser lo que
despues fueron), de pintura, de arquitectura, de fotografia, de
revolucion y lucha armada; la lucha armada que nos iba a traer
una nueva vida y una nueva epoca, pero que para la mayoria de
nosotros era como un sueno o, mas apropiadamente, como la
Ilave que nos abriria la puerta de los suenos, los unicos por los
cuales merecia la pena vivir. Y aunque vagamente sabiamos que
los suenos a menudo se convierten en pesadillas, eso no nos
importaba. Teniamos entre diecisiete y veintitres anos (yo tenia
dieciocho) y casi todos estudiabamos en la Facultad de Letras,
menos las hermanas Garmendia, que estudiaban sociologia y
psicologia, y Alberto Ruiz-Tagle, que segun dijo en alguna
ocasion era autodidacta. Sobre ser autodidacta en Chile en los
dias previos a 1973 habria mucho que decir. La verdad era que
no parecia autodidacta. Quiero decir: exteriormente no parecia un
autodidacta. Estos, en Chile, a principios de los setenta, en la
ciudad de Concepcion, no vestian de la manera en que se vestia
Ruiz-Tagle. Los autodidactas eran pobres. Hablaba como un
autodidacta, eso si. Hablaba como supongo que hablamos ahora
todos nosotros, los que aun estamos vivos (hablaba como si
viviera en medio de una nube), pero se vestia demasiado bien
para no haber pisado nunca una universidad. No pretendo decir
que fuera elegante -aunque a su manera si lo era- ni que vistiera
de una forma determinada; sus gustos eran eclecticos: a veces
aparecia con terno y corbata, otras veces con prendas
deportivas, no desdenaba los blue-jeans ni las camisetas. Pero
fuera cual fuera el vestido Ruiz-Tagle siempre Ilevaba ropas
caras, de marca. En una palabra, Ruiz-Tagle era elegante y yo
por entonces no creia que los autodidactas chilenos, siempre
entre el manicomio y la desesperacion, fueran elegantes. Alguna
vez dijo que su padre o su abuelo habia sido propietario de un
fundo cerca de Puerto Montt. El, contaba, o se lo oimos contar a
Veronica Garmendia, decidio dejar de estudiar a los quince anos
para dedicarse a los trabajos del campo y a la lectura de la
biblioteca paterna. Los que ibamos al taller de Juan Stein
dabamos por sentado que era un buen jinete. No se por que
puesto que nunca lo vimos montar a caballo. En realidad, todas
las suposiciones que podiamos hacer en torno a Ruiz-Tagle
estaban predeterminadas por nuestros celos o tal vez nuestra
envidia. Ruiz-Tagle era alto, delgado, pero fuerte y de facciones
hermosas. Segun Bibiano O'Ryan, era un tipo de facciones
demasiado frias para ser hermosas, pero, claro, Bibiano afirmo
esto a posteriori y asi no vale. ÀPor que sentiamos celos de
Ruiz-Tagle? El plural es excesivo. El que sentia celos era yo. Tal
vez Bibiano compartiera mis celos. El motivo, por supuesto, eran
las hermanas Garmendia, gemelas monocigoticas y estrellas
indiscutibles del taller de poesia. Tanto, que a veces teniamos la
impresion (Bibiano y yo) de que Stein dirigia el taller para
beneficio exclusivo de ellas. Eran, lo admito, las mejores.
Veronica y Angelica Garmendia, tan iguales algunos dias que era
imposible distinguirlas y tan diferentes otros dias (pero sobre todo
otras noches) que parecian mutuamente dos desconocidas
cuando no dos enemigas. Stein las adoraba. Era, junto con
Ruiz-Tagle, el unico que siempre sabia quien era Veronica y quien
Angelica. Yo sobre ellas apenas puedo hablar. A veces aparecen
en mis pesadillas. Tienen mi misma edad, tal vez un ano mas, y
son altas, delgadas, de piel morena y pelo negro muy largo, como
creo que era la moda en aquella epoca.
Las hermanas
Garmendia se hicieron amigas de Ruiz-Tagle casi de inmediato.
Este se inscribio en el 71 o en el 72 en el taller de Stein. Nadie lo
habia visto antes, ni por la universidad ni por ninguna parte. Stein
no le pregunto de donde venia. Le pidio que leyera tres poemas y
dijo que no estaban mal. (Stein solo alababa abiertamente los
poemas de las hermanas Garmendia.) Y se quedo con nosotros.
Al principio los demas poco caso le haciamos. Pero cuando
vimos que las Garmendia se hacian amigas de el, nosotros
tambien nos hicimos amigos de Ruiz-Tagle. Hasta entonces su
actitud era de una cordialidad distante. Solo con las Garmendia
(en esto se parecia a Stein) era francamente simpatico, lleno de
delicadezas y atenciones. A los demas, como ya he dicho, nos
trataba con una Çcordialidad distanteÈ, es decir, nos saludaba,
nos sonreia, cuando leiamos poemas era discreto y mesurado en
su apreciacion critica, jamas defendia sus textos de nuestros
ataques (soliamos ser demoledores) y nos escuchaba, cuando le
hablabamos, con algo que hoy no me atreveria jamas a llamar
atencion pero que entonces nos lo parecia.
Las diferencias
entre Ruiz-Tagle y el resto eran notorias. Nosotros hablabamos
en argot o en una jerga marxista-mandrakista (la mayoria eramos
miembros o simpatizantes del MIR o de partidos trotskistas,
aunque alguno, creo, militaba en las Juventudes Socialistas o en el
Partido Comunista o en uno de los partidos de izquierda catolica).
Ruiz-Tagle hablaba en espanol. Ese espanol de ciertos lugares de
Chile (lugares mas mentales que fisicos) en donde el tiempo
parece no transcurrir. Nosotros viviamos con nuestros padres (los
que eramos de Concepcion) o en pobres pensiones de
estudiantes. Ruiz-Tagle vivia solo, en un departamento cercano al
centro, de cuatro habitaciones con las cortinas permanentemente
bajadas, que yo nunca visite pero del que Bibiano y la Gorda
Posadas me contaron cosas, muchos anos despues (cosas
influidas ya por la leyenda maldita de Wieder), y que no se si
creer o achacar a la imaginacion de mi antiguo condiscipulo.
Nosotros casi nunca teniamos plata (es divertido escribir ahora la
palabra plata: brilla como un ojo en la noche); a Ruiz-Tagle nunca
le falto el dinero.
Que me conto Bibiano de la casa de
Ruiz-Tagle? Hablo de su desnudez, sobre todo; tuvo la impresion
de que la casa estaba preparada. En una unica ocasion fue solo.
Pasaba por alli y decidio (asi es Bibiano) invitar a Ruiz-Tagle al
cine. Apenas lo conocia y decidio invitarlo al cine. Daban una de
Bergman, no recuerdo cual. Bibiano habia ido un par de veces
antes a la casa, siempre acompanando a alguna de las Garmendia,
y en ambas ocasiones la visita era, por decirlo de alguna manera,
esperada. Entonces, en aquellas visitas con las Garmendia, la casa
le parecio preparada, dispuesta para el ojo de los que llegaban,
demasiado vacia, con espacios en donde claramente faltaba algo.
En la carta donde me explico estas cosas (carta escrita muchos
anos despues) Bibiano decia que se habia sentido como Mia
Farrow en El bebe de Rosemary, cuando va por primera vez, con
John Cassavettes, a la casa de sus vecinos. Faltaba algo. En la
casa de la pelicula de Polanski lo que faltaba eran los cuadros,
descolgados prudentemente para no espantar a Mia y a
Cassavettes. En la casa de Ruiz-Tagle lo que faltaba era algo
innombrable (o que Bibiano, anos despues y ya al tanto de la
historia o de buena parte de la historia, considero innombrable,
pero presente, tangible), como si el anfitrion hubiera amputado
trozos de su vivienda. O como si esta fuese un mecano que se
adaptaba a las expectativas y particularidades de cada visitante.
Esta sensacion se acentuo cuando fue solo a la casa. Ruiz-Tagle,
evidentemente, no lo esperaba. Tardo en abrir la puerta. Cuando
lo hizo parecio no reconocer a Bibiano, aunque este me asegura
que Ruiz-Tagle abrio la puerta con una sonrisa y que en ningun
momento dejo de sonreir. No habia mucha luz, como el mismo
admite, asi que no se hasta que punto mi amigo se acerca a la
verdad. En cualquier caso, Ruiz-Tagle abrio la puerta y tras un
cruce de palabras mas o menos incongruente (tardo en entender
que Bibiano estaba alli para invitarlo al cine) volvio a cerrar no sin
antes decirle que esperara un momento, y tras unos segundos
abrio y esta vez lo invito a pasar. La casa estaba en penumbra. El
olor era espeso, como si Ruiz-Tagle hubiera preparado la noche
anterior una comida muy fuerte, llena de grasa y especias. Por un
momento Bibiano creyo oir ruido en una de las habitaciones y
penso que Ruiz-Tagle estaba con una mujer. Cuando iba a
disculparse y a marcharse, Ruiz-Tagle le pregunto que pelicula
pensaba ir a ver. Bibiano dijo que una de Bergman, en el Teatro
Lautaro. Ruiz-Tagle volvio a sonreir con esa sonrisa que a
Bibiano le parecia enigmatica y que yo encontraba autosuficiente
cuando no explicitamente sobrada. Se disculpo, dijo que ya tenia
una cita con Veronica Garmendia y ademas, explico, no le
gustaba el cine de Bergman. Para entonces Bibiano estaba seguro
que habia otra persona en la casa, alguien inmovil y que
escuchaba tras la puerta la conversacion que sostenia con
Ruiz-Tagle. Penso que, precisamente, debia ser Veronica, pues
de lo contrario como explicar el que Ruiz-Tagle, de comun tan
discreto, la nombrara. Pero por mas esfuerzos que hizo no pudo
imaginarse a nuestra poeta en esa situacion. Ni Veronica ni
Angelica Garmendia escuchaban tras las puertas. ÀQuien,
entonces? Bibiano no lo sabe. En ese momento, probablemente,
lo unico que sabia era que deseaba marcharse, decirle adios a
Ruiz-Tagle y no volver nunca mas a aquella casa desnuda y
sangrante. Son sus palabras. Aunque, tal como el la describe, la
casa no podia ofrecer un aspecto mas aseptico. Las paredes
limpias, los libros ordenados en una estanteria metalica, los
sillones cubiertos con ponchos surenos. Sobre una banqueta de
madera la Leika de Ruiz-Tagle, la misma que una tarde utilizo
para sacarnos fotos a todos los miembros del taller de poesia. La
cocina, que Bibiano veia a traves de una puerta semientornada,
de aspecto normal, sin el tipico amontonamiento de ollas y platos
sucios propio de la casa de un estudiante que vive solo (pero
Ruiz-Tagle no era un estudiante). En fin, nada que se saliera de lo
corriente, salvo el ruido que bien podia haberse producido en el
apartamento vecino. Segun Bibiano, mientras Ruiz-Tagle hablaba
el tuvo la impresion de que este no queria que se marchara, que
hablaba, precisamente, para retenerlo alli. Esta impresion, sin
ningun fundamento objetivo, contribuyo a aumentar el nerviosismo
de mi amigo hasta unos niveles, segun el, intolerables. Lo mas
curioso es que Ruiz-Tagle parecia disfrutar con la situacion: se
daba cuenta de que Bibiano estaba cada vez mas palido o mas
transpirado y seguia hablando (de Bergman, supongo) y
sonriendo. La casa permanecia en un silencio que las palabras de
Ruiz-Tagle solo acentuaban, sin llegar jamas a romperlo.
ÀDe
que hablaba?, se pregunta Bibiano. Seria importante, escribe en
su carta, que lo recordase, pero por mas esfuerzos que hago es
imposible. Lo cierto es que Bibiano aguanto hasta donde pudo,
luego dijo hasta luego de forma mas bien atropellada y se marcho.
En la escalera, poco antes de salir a la calle, encontro a Veronica
Garmendia. Esta le pregunto si le pasaba algo. ÀQue me puede
pasar?, dijo Bibiano. No lo se, dijo Veronica, pero estas blanco
como el papel. Nunca olvidare esas palabras, dice Bibiano en su
carta: palido como una hoja de papel. Y el rostro de Veronica
Garmendia. El rostro de una mujer enamorada.
Es triste
reconocerlo, pero es asi. Veronica estaba enamorada de
Ruiz-Tagle. E incluso puede que Angelica tambien estuviera
enamorada de el. Una vez, Bibiano y yo hablamos sobre esto,
hace mucho tiempo. Supongo que lo que nos dolia era que
ninguna de las Garmendia estuviera enamorada o al menos
interesada en nosotros. A Bibiano le gustaba Veronica. A mi me
gustaba Angelica. Nunca nos atrevimos a decirles ni una palabra
al respecto, aunque creo que nuestro interes por ellas era
publicamente notorio. Algo en lo que no nos distinguiamos del
resto de miembros masculinos del taller, todos, quien mas, quien
menos, enamorados de las hermanas Garmendia. Pero ellas, o al
menos una de ellas, quedaron prendadas del raro encanto del
poeta autodidacta.
Autodidacta, si, pero preocupado por
aprender como decidimos Bibiano y yo cuando lo vimos aparecer
por el taller de poesia de Diego Soto, el otro taller puntero de la
Universidad de Concepcion, que rivalizaba digamos en la etica y
en la estetica con el taller de Juan Stein, aunque Stein y Soto eran
lo que entonces se Ilamaba, y supongo que aun se sigue
Ilamando, amigos del alma. El taller de Soto estaba en la Facultad
de Medicina, ignoro por que razon, en un cuarto mal ventilado y
mal amoblado, separado tan solo por un pasillo del anfiteatro en
donde los estudiantes despiezaban cadaveres en las clases de
anatomia. El anfiteatro, por supuesto, olia a formol. El pasillo, en
ocasiones, tambien olia a formol. Y algunas noches, pues el taller
de Soto funcionaba todos los viernes de ocho a diez, aunque
generalmente solia acabar pasadas las doce, el cuarto se
impregnaba de olor a formol que nosotros intentabamos
vanamente disimular encendiendo un cigarrillo tras otro. Los
asiduos al taller de Stein no iban al taller de Soto y viceversa,
salvo Bibiano O'Ryan y yo, que en realidad compensabamos
nuestra inasistencia cronica a clases acudiendo no solo a los
talleres sino a cuanto recital o reunion cultural y politica se hiciera
en la ciudad. Asi que ver aparecer una noche por alli a Ruiz-Tagle
fue una sorpresa. Su actitud fue mas o menos la misma que
mantenia en el taller de Stein. Escuchaba, sus criticas eran
ponderadas, breves y siempre en un tono amable y educado, leia
sus propios trabajos con desprendimiento y distancia y aceptaba
sin rechistar incluso los peores comentarios, como si los poemas
que sometia a nuestra critica no fueran suyos.
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