Aleida nuestra
Sumida en el silencio por decenios, nada distante, tan solo en otro plano refugiada, Aleida March extrajo del dolor la fuerza del rescate, y ha dedicado vida y tiempo, tanto cuanto ha podido, a sembrar la memoria empeñada en hacer que perviviera aquel siempre presente; pero esta vez, entregado desde la autenticidad más honda y más compleja, de riqueza inagotable, diré que poliédrica y de unidad lograda, pese a irradiar su iluminante pensamiento en tantas direcciones y desde irreductible eticidad, irreductible e ilímite.
Sembrar en el olvido la memoria del más lúcido modo. Es que el olvido se esconde en formas varias. El Che recuperado y solo mito de un ideal que no tiene perfiles, es el olvido. El Che que se hace devenir icono de liturgia, inspirador de ceremonias, es el olvido. El Che mirando desde Korda (Korda-poeta) hacia el futuro entre inertes ilusos y entre copas, es el olvido. La izquierda que no lucha, de mente abarrigada, no es izquierda (ha pasado a ser… búsquese la rima) y es el olvido.
La memoria se siembra de otro modo. Se siembra desde textos inmortales, avalados por inmortal ejemplo. Esa labor ha permitido que, de esa alianza, en que la acción que se recuerda resulta expresión material del pensamiento, día a día renazca la esperanza en jóvenes que saben, sabrán, pueden, tendrán que combatir sin tregua, sin fatiga, con esa lucidez y aquel coraje. Es que la verdad salvada potencia la realidad que la confirma.
Ella supo saber, la Aleida nuestra, la de todos nosotros, revolucionarios, saber supo cuánto salvar, ordenar, priorizar y entregar y de qué modo y a quién, y cómo, y qué debía callar y esconder en el pudor o la mesura, y cuándo desgarrar su persona y entregarlo, entregar todo. Ella supo que en el dolor se afirman las raíces, como si sangre mártir y mejor heroica, y mejor del universo todo, las nutrieran. Y ahora, nos entrega en este libro, nos entrega y revela, al Che que nos faltaba, el Che de la ternura, del amor trascendido. Eternidad de amor, cuando la esencia en la vida vivida se revela, Amor que se trasciende en la ternura no deviene abstracción idealizante, es aquel que del más depurado sitial regresa a la persona y en la persona encuentra su morada. Es esa la dimensión desde la que una joven guerrillera urbana, que ha formado el carácter combatiendo, se atreve tantos años después desde esa cumbre, la de los años, a entregarnos. Trascendencia del ser, de la persona, encarnada en cartas, notas, poemas, reflexiones, vida plena, dolor, plenitud, inhibición, trasgresión, desgarramiento. Este, el amor vivido en ser humano. Aleida nos lo entrega en páginas que dicen cómo un personaje va creciendo, de cómo se descubre y se despliega, del encuentro que marca para siempre, de cómo de dos seres se prolonga el proyecto en cuatro vidas. De cómo cuatro vidas definen un destino. De cómo una muchacha guerrillera, guerrillera deviene en otro ámbito. De cómo en el acero puede habitar la fragilidad de un poeta y un poeta, el «Poeta», desencadenar huracanes.
Conocí al poeta que desata huracanes; conozco a la muchacha de las firmes tareas. Ella y Él, Él y Ella, no cesarán nunca de desencadenarlos. El secreto ellos saben. ¡Qué fortuna! Para entregar al lector la parte más visible, Aleida ha debido arrancarla de aquella intimidad guardada a cal y canto, y ha sido y es un modo de compartir al ser amado (por ella, por nosotros) de permitir(nos) mejor conocerle. Por eso, Aleida, gracias y gracias.
Alfredo Guevara La Habana, 1ro. de abril, 2007
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